SUMARIO:
II. Primera premisa: nuestro sistema límbico
III. Segunda premisa: la importancia del lenguaje
IV. Tercera premisa: concepto de justicia
VI. Algunas consecuencias, algunas conclusiones
I. Introducción
Vivimos cómodamente en un Estado de Derecho. Aunque nos quejemos casi constantemente de las decisiones que en su seno se adoptan, a pocos o ninguno de nosotros nos gustaría tener que estar en el pellejo de quien definitivamente decide. De hecho, si nos fijamos, la estructura estatal que hemos montado, que entre todos, histórica, sociológica y culturalmente, hemos aceptado, distribuye las decisiones, hasta hacer que la cabeza última visible se difumine. Como si las responsabilidades trataran de eludirse.
Y si esto es así en general, mucho más para el Derecho Penal. Para ello, para olvidarnos de la necesidad constante de defendernos, para poder relajarnos sin estar siempre alerta, le encargamos al Estado que nos defienda, que en nuestro nombre, persiga criminales, imparta justicia y ejecute sus sentencias. Estas funciones dejaron hace tiempo de ser ejecutadas por los individuos afectados por la comisión de delitos, para formar parte de las competencias del Estado. Como todo lo estatal, y justamente para protegernos de sus excesos, estas funciones se dotaron de un procedimiento, respondiendo a determinadas garantías. Sin embargo, en determinados casos, mediáticamente dirigidos y utilizados, nos olvidamos de lo anterior, clamamos una justicia vengativa que pertenece a otros tiempos. Pero ¿por qué nos pasa esto?, ¿a qué se debe?, ¿tiene alguna explicación lógica?
Solicitamos paciencia, a veces cuando se quiere trasmitir una idea a los demás, y máxime si es por escrito, se hace necesario exponer algunas premisas que, aunque en un inicio no se vean procedentes, a lo largo de la exposición esperamos y deseamos que queden claras, diáfanas para el común.
Solicitamos igualmente que quienes se acerquen lo pongan en duda, lo desmenucen, lo critiquen, combinen y recombinen sus premisas. Pues entendemos que es la única manera válida de que el presente sirva para algo, que crezca con adhesiones y represalias, que tú cerebro dedique unos minutos a lo que vamos a proponerte.
Las premisas iniciales de este trabajo, las ideas de las que parte, son tres:
– Análisis de la estructura cerebral humana, prestando especial atención al sistema límbico.
– Análisis del lenguaje como material de construcción del pensamiento.
– Análisis del concepto de justicia, como pensamiento nombrado, llamado, denominado a través de ese lenguaje que, justamente, es el que hace que exista.
A partir de esas tres ideas, en principio separadas, pero, como veremos, íntimamente unidas, nos preguntaremos por algunos de los comportamientos sociales que copan y protagonizan la actualidad de nuestro día a día.
II. Primera premisa: nuestro sistema límbico
El estudio del cerebro humano está inconcluso, conocemos muchas de sus facultades, funcionamiento, estructura, más no alcanzamos a desentrañar todavía el límite de su grandeza. Cualquier ingeniero informático nos podrá decir que supone un disco duro de no muchos megas de memoria RAM, pero con unas posibilidades de combinación y recombinación que lo hacen casi infinito.
No obstante, tenemos bastantes datos sobre su estructura y zonas de funcionamiento, sobre las especialidades y especificidades del mismo. Para las pretensiones del presente trabajo únicamente nos referiremos al sistema límbico. El más antiguo de los sistemas y estructuras que componen el cerebro. Tan es así que algunos fisiólogos le llaman el cerebro reptiliano, el cerebro paleomamífero.
La imagen nos muestra cómo el desarrollo posterior de la masa cerebral humana, con sus circunvoluciones y división hemisférica se sobrepuso al sistema límbico, al cerebro anterior, envolviéndolo, arropándolo físicamente en su interior. Reconociendo así, además de su antigüedad, de una forma casi poética, su importancia y su fundamental aportación.
Así, en el sistema límbico, se gestionan respuestas fisiológicas ante estímulos emocionales. Emociones como el placer, el miedo y la agresividad, se modulan aquí. También se relaciona con la memoria, la atención, los instintos sexuales. En definitiva, es la estructura de la casa que asegura su supervivencia, a partir de la cual podemos dedicarnos a la decoración, mobiliario, ocio y descanso; es decir, en términos cognitivos, a pensar, elucubrar, razonar, inventar, a descubrir y avanzar.
A diferencia del neocórtex, dispone generalmente de menos capas neuronales que son filogenéticamente más primitivas. No obstante, su funcionamiento se puede ver modulado por el pensamiento intelectual, cognitivo y reflexivo que se lleva a cabo en el neocórtex más moderno. En consecuencia, podemos diferir su inmediatez de respuesta y modular sus emociones cambiando la combinación de nuestras expresiones. Algo así como dejar de calificar un quehacer como tarea difícil, pasando a denominarlo, interpretarlo, pensarlo y por tanto, sentirlo, como reto apasionante.
Por tanto, hemos de pensar que se trata de una parte del cerebro con las estructuras más antiguas, reminiscencia de una vida mucho más sencilla, en la que se atiende a lo básico y reflejo, en la que se responde con una descarga fisiológica de hormonas y neuropéptidos que nos ponen en acción, y que se ve reproducido en todo tipo de animal añadiendo al mismo una mayor complejidad cuanto más arriba nos encontremos en la escala evolutiva.
Pero no nos equivoquemos, por muchas que sean las capas evolutivas que se le superpongan, los cimientos están ahí, consisten en eso, son las premisas que nos hacen humanos, tanto o más que los desarrollos modernos. Estos nos distinguen, nos diferencian, pero sin el sistema límbico simplemente no se sostendrían, no existirían. Y repetimos, están ahí. Avanzamos, progresamos, nos expandimos tecnológicamente como una onda acústica, sin embargo nuestra naturaleza sigue anclada, para bien o para mal, ahí.
III. Segunda premisa: la importancia del lenguaje
Únicamente existe aquello que se puede nombrar. El lenguaje para el ser humano es el material, la piedra, el ladrillo y la madera con los que construir su pensamiento, incluso para construir sobre su propio pensamiento.
La existencia de las cosas, la distinción que hacemos entre ellas y las emociones que despiertan, dependen de la capacidad de ponerles nombre. El sol existe desde el momento en que le ponemos nombre, lo mismo que los árboles, los animales, e incluso nosotros mismos. Somos capaces de progresar, combinar, imaginar y pensar nombrando, individualizando y compartiendo contenido lingüístico. Y esa necesidad está en estrecha relación con nuestro entorno físico y social.
Pero vamos a dar un paso más. El amor, el sufrimiento, la rabia, la felicidad, existen en tanto en cuanto podemos nombrarlas y podemos diferenciarlas del resto de las emociones. Y ello aunque las diferencias fisiológicas entre ellas sean mínimas y en ocasiones inexistentes. Además, aprendemos las emociones por imitación, por vivencias en un entorno determinado. ¿Cómo sé lo que es la rabia? Rabia es aquello que sentí cuando fui injustamente tratado y alguien con más experiencia que yo dijo “¿a que da rabia?”. Pues eso, eso que sentí pasó a llamarse rabia y ya nunca se me olvidó. ¿Cómo se lo que es el amor? ¿Sería lo mismo el amor sin tanta literatura sobre él?
A su vez, el ser humano, dentro de su complejidad y grandeza, es capaz de soñar, de imaginar, y a todo ello le da nombre. Entonces comienzan a existir conceptos como minotauro, unicornio, Dios con sus múltiples siluetas y caracteres. Se crean así imágenes inexistentes para el ojo humano hasta ese momento, que mágicamente se conceptualizan y toman existencia. A partir de ese momento pueden ser plasmadas siquiera sea en un dibujo.
Esta es la importancia del lenguaje en el este trabajo, en el tema de discusión que posteriormente abordamos. Su capacidad creadora, no sólo de las cosas, sino también de conceptos abstractos y emociones; y su enorme capacidad de adaptación al medio y las circunstancias que socialmente se impongan, o, de nuevo, simplemente se nombren[1].
IV. Tercera premisa: concepto de justicia
Para aproximarnos a la idea de justicia hay que comenzar diciendo que se trata de un concepto, una abstracción no palpable ni mesurable, concretamente es un valor determinado por la sociedad que nació de la necesidad de mantener la armonía entre sus integrantes. Sólo eso que no es poco.
Además de lo anterior, y justamente por ser lo que decimos que es, es a la vez, claro ejemplo de esos conceptos lingüísticos creados en el neocórtex, con el objeto de apaciguar, modular en los términos antes empleados, los instintos más rápidos y veloces generados en el sistema límbico.
Hay mitos y múltiples ficciones sobre la creación del estado social frente al estado salvaje, de la instauración de comunidades de convivencia a través del pacto social. Hobbes, Rousseau, Montesquieu y Kant, entre otros muchos, aportaron su granito de arena en la fundamentación y construcción de esta ficción jurídica que llamamos Estado. Estado que existe desde que fue nombrado y que sirve, no lo dudemos, para garantizar una cierta convivencia entre seres humanos que no pueden quedar al albur de sus meros instintos más básicos.
Pero la complejidad creadora de nuestro neocórtex, la capacidad de pensamiento y creación que se le asimila, ha ido más, mucho más allá, de ese concepto estatal para, como en otras ramas del saber, construir a través del lenguaje toda una pirámide conceptual, cuyos elementos se sustentan. La justicia es uno de ellos. Justicia que emana de uno de los poderes en los que el concepto de Estado se subdivide y que sirve, como decíamos antes, para apaciguar las maneras en las que el sistema límbico resolvería sin duda y a prisa cualquier tipo de conflicto.
Y a la vez, en esa pirámide conceptual, encontramos el concepto de justicia penal, la que se imparte, la que se ejerce en nombre del pueblo, para responder a los atentados más atroces que se han realizado contra los individuos que lo conforman. Si el derecho penal tuvo una finalidad fue esta, asumir la potestad juzgadora para resolver en nombre de una justicia estatal, emanada del pueblo o soberanía popular, los ataques contra aquellos bienes jurídicos, individuales o sociales, más valorados en cada momento. A través del mismo y de sus ficciones creadas mediante el lenguaje, se acaba con la justicia privada, ejercida por la víctima o sus valedores, para pasar a una justicia estatal y pública. A través del mismo, se evita juzgar en base a meras emociones, tratando de ir más allá de las mismas mediante una valoración plagada de conceptos y nuevas ficciones jurídicas que nos permiten alcanzar cierta distancia con los hechos, objetividad y en definitiva, una convivencia pacífica.
V. Entonces ¿qué nos pasa?
Habiendo dejado la justicia penal en manos del Estado, del ente público. Habiendo prescindido del ejercicio individual, privado y vengativo de la misma, nos preguntamos el porqué de la negación continua de una de las ficciones básicas sobre las que se asienta nuestra sociedad, nuestra convivencia, el porqué de quejarnos de las consecuencias de nuestros actos previos. Asumimos con comodidad el Estado de Derecho en que vivimos que, con sus fallos, responde con la rutina de un funcionamiento bien engrasado. Sin embargo, la aplicación de la parte penal de su justicia, justicia previamente consensuada, suele ser muy controvertida, y nos revolvemos como animales enjaulados frente a ella. Nos gustan sus principios, nos gustan sus parámetros, pero no nos gustan sus consecuencias. Llegados al caso concreto, no nos gusta que la misma sea proporcional, igualitaria, garantista. Queremos que responda más a instintos que a principios. Queremos que vuelva a ser lo que antes de ese ficticio pacto social era. Queremos que responda a lo que el estómago, las tripas, en definitiva, nuestro sistema límbico nos pide.
Hemos visto, cómo el cerebro humano creció como consecuencia y necesidad del pensamiento, del aprendizaje, de la necesidad de acumular conocimientos, de combinarlos, de situaciones diversas donde aplicarlos, pero, siempre hay un pero cuando hablamos de la naturaleza humana, en lo más recóndito de ese cerebro humano, a salvo de la intemperie sigue el cerebro primitivo, animal, fundamentalmente emocional. Capaz de amar y de odiar, capaz de promover vínculos y de romperlos en mil pedazos. Para ese cerebro primitivo, ante un ataque sólo caben dos alternativas, la huida o el ataque, y no pueden ser diferidas en base a los razonamientos que evolutivamente nos hemos impuesto.
La naturaleza humana, el espíritu humano necesita compensación cuando se siente atacado. Reacciona, muerde, golpea. Las consecuencias serán o no ecuánimes con las provocaciones. El cerebro razonable, más público, se hizo cargo de la situación e ideó el concepto de justicia. Justicia dentro de los pequeños grupos sociales, gritos a la sociedad pidiendo ayuda y comprensión, dinámica humana, eminentemente social y retorcida, cargada de emoción y sin embargo física, visible, sufriente, sangrienta, dolorosa y permanente hasta el tuétano. Es la época de las ejecuciones públicas, en que el incipiente Estado empieza a sustituir al afectado en la imposición de la pena, pero en la que todavía no pierde esa connotación ejemplificadora, pública pero sufriente; en la que la Ley del Talión aún no se ha abandonado.
Pero seguimos adelante y nos engañamos, intentando que esas emociones queden en un segundo plano, que las reacciones emocionales que los delitos despiertan queden aplacadas por principios razonados y razonables pero que no se sostienen llegados al caso. Y es que, por mucho que nuestras emociones queden en un segundo plano, están ahí. No, ya no somos los hombres de las cavernas. Sin embargo, pregunten por las prácticas de justicia practicadas no hace tanto en Bosnia o en Ruanda, o, si ese entorno cultural nos resulta excesivamente lejano, la antigua Yugoslavia. Somos los mismos, podemos diferir, pero ¿a qué precio?
El sentimiento de pérdida, de injusticia, crea un agujero negro en el alma que no se llena y sentimos que se puede llenar con la sangre y las vísceras de quien nos arrebató lo nuestro. Quienes no lo sufrieron nos dicen que una vez contemplada la asadura del malhechor nada ni nadie nos devuelve lo nuestro y el sentimiento de pérdida sigue, y la duda, esa maldita duda ¿y si nos están engañando? ¿Y si este es el precio que hay que pagar para vivir en esta sociedad? ¿Quién ha firmado por mí?
Llegados a este punto es necesario parar, y preguntarse. Somos seres sociales, sin esa premisa no somos nada, no somos nadie. ¿Quiénes somos si nadie nos reconoce? Para ser, necesitamos esta sociedad, nuestra sociedad, en la que hemos nacido, crecido, aprendido, hablado, sentido. Para vivir en sociedad se dictan normas, se reglamenta. En definitiva, se difieren y se dominan los instintos. Para la aplicación de estas normas, de estos reglamentos se elige a sujetos que a la hora de juzgar no se apoyen en dichos instintos. Autónomos, independientes, soberanos. Para ser miembros de esta sociedad hay que comprender esto y llegar hasta el fondo en sus consecuencias. Las normas no valen sólo cuando no me afectan. No podemos, no debemos cambiarlas cuando nos sale de las tripas.
Y sin embargo necesitamos una espita por la que soltar presión cuando lo legal nos parece injusto. Somos incongruentes, somos humanos.
VI. Algunas consecuencias, algunas conclusiones
Justo hoy, acabando de redactar estas líneas, la realidad se topa una vez más con nosotros para darnos argumentos. Siempre pasa. Es una treta del cerebro. Eso de ver donde igual no hay. Eso de encontrar, aparentemente sin querer, pero queriendo y mucho. Cuando tenemos el interés y el objetivo puesto en un tema determinado, raro es que no relacionemos lo que encontramos con lo que buscamos, raro es que no encontremos. Y justo hoy, aparece una información en un periódico digital que nos hace plantearnos la realidad, la actualidad y las consecuencias de lo que comentamos[2]. Jóvenes que juegan a los que se conoce como el “pilla-pilla”, a través de las redes sociales, tratando de captar a presuntos pederastas y tomarse la justicia por su mano. Es el peligro de no defender el sistema que tenemos. Es el peligro de nuestras contradicciones, aunque sean lógicas. Es el peligro y las consecuencias de utilizarlas mediáticamente para mover los instintos, para mover a la masa. Debiéramos parar y reflexionar sobre los parámetros del sistema que queremos. Debiéramos tratar de actualizar aquello que no sea acorde con la lógica del momento. Pero también, debiéramos respetarlo y así respetarnos. Y, llegados al caso concreto, no dar rienda suelta a unos instintos fácilmente manipulables. A fin de cuentas, lo fácil es eso, hacer lo que nos salga de dentro. Lo difícil, lo más difícil, es pensar.
[1] Para profundizar en las consecuencias del lenguaje, sus creaciones, usos y capacidad dominadora, interesantísimo el análisis que realiza Marina, J. A., La pasión por el poder, Anagrama, Barcelona, 2009.
[2]http://www.elconfidencial.com/sociedad/2013-12-13/proyecto-pilla-pilla-jovenes-espanoles-se-lanzan-a-la-caza-de-los-falsos-pederastas_65911/