Fernando Cameo.- El Colegio de Registradores ha puesto en marcha Jubilare, una iniciativa para debatir y profundizar en los desafíos que el paso del tiempo plantea en la actualidad a las personas mayores. La Institución Registral se abre así, una vez más, a la realidad social, con vocación de servicio y con el objetivo de ser útiles a la sociedad.
Jubilare supone una apuesta para superar el edadismo, un foro para combatir los prejuicios y estereotipos que acaban discriminando a las personas únicamente por razón de su edad. Pretende ser un lugar donde hacer visible la enorme riqueza de esta etapa de la vida y donde reconocer la experiencia y la capacidad que los mayores derrochan.
Para desarrollar esta iniciativa, el pasado mes de septiembre se constituyó una comisión científica presidida por la catedrática de Derecho Civil de la Universidad de Santiago de Compostela y vocal permanente de la Sección Primera (Civil) de la Comisión General de Codificación del Ministerio de Justicia, María Paz García Rubio.
Muchos y variados serán los temas para tratar en los debates que se van a celebrar en diferentes formatos, pues los miembros que la integran proceden de muy diversos ámbitos profesionales, lo que enriquecerá, sin duda, las conclusiones y actividades que se acometan. En esta entrevista María Paz García Rubio nos cuenta más sobre esta interesante propuesta puesta en marcha por el Colegio de Registradores.
En qué consiste la iniciativa Jubilare y por qué se ha decidido ponerla en marcha? ¿A quién se dirige Jubilare?
Se trata de una iniciativa del Colegio de Registradores de España que trata de abordar uno de los retos más importantes de la sociedad actual, cual es la del envejecimiento progresivo de la población, así como los problemas y oportunidades que tal realidad plantea para los mayores y para el conjunto de la sociedad. En consecuencia, los destinatarios somos todas las personas preocupadas por el mundo que nos rodea.
Eso sí, la intención es abordar la tarea con una perspectiva muy abierta, en la que no solo se incida en los puntos que ponen de manifiesto los problemas suscitados por el envejecimiento, sino también y, sobre todo, se tomen en consideración los aspectos positivos de esta etapa de la vida, que los tiene y que son muchos, tanto para la persona que ha llegado a esta etapa de su vida como para el conjunto de la sociedad.
Cuando hablamos de personas mayores ¿a qué colectivo nos estamos refiriendo? ¿Cuántos son en la actualidad y qué previsiones de crecimiento se manejan? ¿Cuál va a ser su participación en Jubilare?
En realidad, hablar del colectivo de las personas mayores es una abstracción y una generalización, probablemente excesiva. Existe cierto acuerdo en situar los 65 años como el inicio de esa época de la vida, lo que implica que estamos hablando de un colectivo muy heterogéneo. Según las cifras del INE, en España aproximadamente una quinta parte de la población supera hoy esa edad, franja que en muy pocos años subirá a una cuarta parte, según la previsible evolución demográfica.
Si aceptamos este punto de partida y teniendo en cuenta los avances médicos y la alta expectativa de vida que existe en nuestro entorno cultural, particularmente en España, estamos hablando de personas que están en una etapa de la vida que puede alargarse dos o tres décadas; fácil es comprender que las expectativas, proyectos y necesidades pueden ser muy distintas con 65 años y buena salud, que con 95 y una situación de dependencia y necesidad de cuidados intensa. Igualmente serán muy diversas las aportaciones que la sociedad puede esperar de unos y otros.
No cabe duda de que las personas mayores son un colectivo vulnerable y necesitado de atención en las sociedades contemporáneas y ello, además, en múltiples ámbitos. Pero, en su opinión, ¿cuáles son los grandes problemas que afectan a nuestros mayores?
La propia heterogeneidad del colectivo hace que la respuesta no pueda ser demasiado precisa. Haciendo otra vez un ejercicio de generalización excesivo, diría que los grandes problemas de las personas mayores, sobre todo de los llamados grandes mayores, incluyendo en este grupo a quienes superan los 80 años, tienen que ver con su situación de vulnerabilidad y dependencia física y emocional. Las necesidades de cuidado y de apoyo físico y emocional, la soledad tantas veces no deseada en la que se encuentran muchos de ellos, la sensación de abandono o de que ya no sirven que no pocas veces padecen… Si ampliamos el espectro hasta los mayores de 65 años, añadiría también la mayoritaria sensación de falta de adaptación a un mundo en el que cada vez se sienten más enajenados; parafraseando a Stefan Zweig, el sentimiento de que su mundo es ya el mundo de ayer.
En cuanto a la llamada «brecha digital», es cada vez más evidente la tecnificación y digitalización de todo tipo de servicios, tanto públicos como privados ¿Se está teniendo en cuenta a este colectivo? ¿Cómo puede revertirse la situación, cómo puede mejorar el uso de estas nuevas tecnologías la vida de los mayores?
La brecha digital es un buen ejemplo de ese sentimiento de enajenación al que me he referido en la respuesta anterior; aunque no es el único, ni mucho menos. En el caso de la brecha digital honestamente pienso que la convicción de que nos dejan al margen se extiende por debajo de los 65, los 59 y probablemente los 50 años. Como bien apuntas en la pregunta, los servicios públicos y privados se virtualizan a ritmo acelerado, si me permites el palabro, obligándonos a dialogar en un idioma completamente distinto del que aprendimos a lo largo de décadas. Existe una presunción de que debemos adaptarnos, parece que por arte de magia o, en todo caso, cada uno como pueda.
Esa premisa tiene muchas implicaciones, entre las que destacaré la discriminación que implica para las personas con menos recursos económicos. Pensemos que cuando se tiene una edad la adaptación es más difícil y requiere de un apoyo social y económico que no existe o no es suficiente. Además, ese cambio tan radical al que tantos no se pueden adaptar conlleva, en más ocasiones de las que parece, la pérdida efectiva de derechos por imposibilidad o grave onerosidad para su ejercicio. Me parece intolerable que, a una persona de 65, 75 u 85 años se le imponga la tramitación electrónica de cualquier solicitud o trámite, o que se dé por sentado que se le puede comunicar una cita importante, por ejemplo, a través de mensaje en un móvil o de un whatsapp.
Muchas zonas de nuestro país ni siquiera tienen buena cobertura de móvil, ni un correcto acceso a Internet. Pero más allá de esta circunstancia estructural, en absoluto irrelevante, pienso que quien ha llegado a esta edad relacionándose con el mundo de determinada manera tiene derecho a que se le permita seguir actuando con las cartas de toda la vida; tiene derecho, por ejemplo, a las llamadas de teléfono y a la atención personalizada, tanto en el ámbito privado —los bancos, muy singularmente— como en la esfera pública, que tampoco es en absoluto ajena a lo que estoy señalando.
En el mundo laboral, ¿está reconocido y aprovechado el denominado «talento senior» en nuestra sociedad?
Sinceramente, creo que no. Existe una cierta convicción de que la persona que ha llegado a cierta edad quiere y debe abandonar la actividad laboral por dos razones fundamentales: la primera, porque prefiere descansar después de toda una vida de trabajo; la segunda, porque tiene que ir dejando hueco a las personas más jóvenes, puesto que el mercado de trabajo no es infinito y es especialmente duro para las generaciones jóvenes. Puedo estar de acuerdo en ambas cosas, pero ya no lo estoy en que se circunscriba esa idea del trabajo al ejercicio de una labor o profesión remunerada por la empresa o la administración, o a través de las ganancias de tu propia actividad autónoma. Trabajo es también el que hacen los mayores en el seno de las familias o de las pequeñas empresas familiares ayudando a los más jóvenes, o todo el esfuerzo que realizan una vez jubilados de modo voluntario, en el que aportan su talento o su experiencia sin recibir salario alguno, la mayor parte de las veces por pura benevolencia o sentido del deber. Creo que es ese tipo de trabajo el que no está suficientemente reconocido en nuestra sociedad, que, por otra parte, pierde mucho al no hacerlo.
En relación con vivienda y los mayores ¿qué modalidades de vivienda pueden satisfacer mejor sus necesidades? ¿qué pueden aportar figuras como la hipoteca inversa?
El de la vivienda de los mayores se trata, sin duda, de uno de los problemas fundamentales que tenemos que abordar. Como es bien conocido, en esta etapa de la vida muchas personas tienen dificultades para atender sus propias necesidades de modo absolutamente autónomo y necesitan ayuda; a la vez, la gran mayoría prefiere seguir viviendo en su propia casa o, cuando menos, en su entorno. Como sociedad, tenemos que hacer compatibles ambas circunstancias porque son perfectamente razonables y porque, seguramente, conducen a los mejores resultados tanto individuales como colectivos.
La hipoteca inversa puede servir, en algunos casos, para hacer posible esa compatibilidad, pero no todos los mayores pueden acceder a ella, por lo que hay que ser imaginativos en la búsqueda de otras soluciones.
Cuando la propia persona no desee o le resulte imposible seguir en su propia vivienda o cuando no la tenga ya, por las razones que fueran, tenemos que idear entre todos modalidades habitacionales más sensatas y más racionales que las macroresidencias asistenciales, cuya falta de idoneidad quedó tristemente puesta de manifiesto en la época de la pandemia.
La nuestra es una sociedad solidaria en lo personal y en lo colectivo, mucho más que otras que nos parecen más avanzadas, y creo que esa circunstancia puede y debe ser aprovechada para idear soluciones habitacionales novedosas.
Otra de las grandes preocupaciones en torno a este colectivo es su vulnerabilidad económica. ¿Es el sistema público de pensiones suficiente para garantizar su protección en este sentido? ¿Hay otros instrumentos a los que pueda acudir el colectivo para asegurarse la estabilidad económica?
De nuevo estamos ante un colectivo demasiado heterogéneo para que esta pregunta pueda ser respondida de un modo unívoco.
Hay personas mayores que tras una trayectoria laboral determinada, gozan de pensiones de jubilación que les permiten llevar una vida holgada, tanto más cuanto que en muchos casos tienen unos ahorros y hace tiempo que son propietarias de sus viviendas, con lo que no tienen la carga suplementaria de un alquiler o de los gastos de devolución de un préstamo hipotecario. Es más, en no pocas ocasiones estas personas ayudan a sus hijos o nietos.
En otros casos, probablemente los más, aunque no puedo en este momento aportar cifras exactas, las pensiones dan para llevar una vida digna, aunque difícilmente para cubrir necesidades extraordinarias.
En fin, otras personas no han tenido una vida laboral suficientemente larga o suficientemente reconocida por el sistema como para gozar hoy de una pensión de jubilación suficiente para vivir dignamente. La obligación de un Estado social es minimizar este tipo de situaciones y atender a la cobertura de las necesidades que permitan a todos llevar, cuando menos, una vida que merezca la pena ser vivida.
Otro colectivo en permanente lucha por conseguir la igualdad real es de las mujeres ¿Existen peculiaridades dentro del colectivo de personas mayores en atención al género?
Sin duda, las mujeres sufrimos una situación de discriminación histórica que con mucha frecuencia es una discriminación múltiple o interseccional, esto es, se ve exponencialmente incrementada porque a la discriminación por razón de género se unen otra u otras en atención a otras circunstancias personales o sociales; en el caso que nos ocupa, la edad.
Voy a poner un ejemplo que enlaza además con la pregunta anterior. Las mujeres mayores están discriminadas en el sistema de pensiones vigente. Las pensiones de viudedad son, en su mayoría, pensiones de mujeres, puesto que hay muchas más viudas que viudos, sobre todo por la mayor esperanza de vida de las mujeres.
Siempre he pensado que es una injusticia enorme que mujeres que trabajaron durante toda su vida dentro de sus hogares, para su familia o para la empresa familiar, o en labores sociales no remuneradas o con remuneración insuficiente, vean recompensada esa labor con una pensión que es, prácticamente, la mitad de la que se paga al marido jubilado y que este seguirá cobrando en su integridad, aunque enviude. El criterio puramente contable de que fueron ellos quienes cotizaron en su día es absolutamente injusto e hipócrita, tanto más cuanto en ocasiones a algunas de estas mujeres, incluso queriendo, no se les permitía aportar cotizaciones porque se les obligaba a abandonar el puesto de trabajo al casarse. Sin contar con que, y esto es absolutamente general, ellos no hubieran podido ni ejercer su trabajo ni cotizar, o al menos no en la misma medida, si ellas no hubieran hecho su labor. Me parece que la modificación radical de las pensiones de viudedad es una tarea pendiente y además urgente para una sociedad que quiere y debe ser igualitaria.
Recientemente ha entrado en vigor la Ley 8/2021, sobre las medidas de apoyo a las personas con discapacidad en el ejercicio de su capacidad jurídica. ¿Cómo ayuda esta Ley a las personas mayores con discapacidad?
La ley que mencionas da un paso enorme en el reconocimiento del derecho de las personas que tienen discapacidades de cualquier tipo a tomar sus propias decisiones, también cuando estas tienen transcendencia jurídica. Es evidente que la edad y la discapacidad física y mental corren juntas, aunque no necesariamente de la mano. Las personas mayores con discapacidad tienen derecho a ejercer sus derechos y a ejercerlos con el apoyo que precisen, y esto es lo que la ley 8/2021 consagra. Tienen derecho a decidir, por ejemplo, dónde y con quien quieren vivir, qué quieren hacer con su patrimonio en vida o a quien desean dejárselo cuando fallezcan; garantizar esos derechos es el objetivo irrenunciable de la ley que no es un capricho del legislador, sino el resultado de la implementación de la Convención Internacional de las Naciones Unidas sobre los derechos de las personas con discapacidad.
Regularmente saltan a los medios de comunicación casos en los que se discute la posibilidad de un testador de desheredar a sus herederos. En muchos casos personas mayores que se han sentido desasistidas por los mismos ¿Está la regulación hereditaria del Código Civil a la altura de lo que demanda la sociedad actual?
En este punto comenzaré por señalar que solo a una parte de los ciudadanos españoles se les aplican las reglas sucesorias del Código Civil. En algunas Comunidades Autónomas existe un régimen sucesorio más flexible que sí permite desheredar en el caso que me preguntas, lo que no deja de causar también sus propios problemas.
Pero centrando la respuesta en el caso del Código civil, partimos de un sistema legitimario muy rígido y protector de los legitimarios, con una cuota legitimaria muy amplia en el caso de los descendientes y con unas causas de desheredación muy tasadas. Entre estas los ascendientes tienen la facultad de desheredar a sus hijos o descendientes en caso de maltrato de obra o de injurias graves de palabras, términos que durante mucho tiempo han sido interpretados por los tribunales de una manera muy restrictiva, y que en los últimos años son entendidos de modo más amplio, llegando a considerar que el abandono o el maltrato psicológico al padre o la madre pueden ser justa causa de desheredación. Con todo, quedan hipótesis sin cubrir que para algunos también deberían conducir a la pérdida de la legítima del hijo «desagradecido», por ejemplo. Muchos juristas pensamos que el Código Civil necesita una reforma profunda en materia de legítimas, reforma que debe abarcar al conjunto del sistema legitimario y no solo a la específica figura de la desheredación. No soy partidaria, sin embargo, de la supresión de la legítima, tesis que sí mantienen otros colegas. En la Sección Primera de la Comisión General de Codificación, a la que me honro pertenecer, estamos trabajando ya en la tarea de reforma de la legítima.
Hemos abordado muchos temas que afectan, desde diversos ámbitos, a las personas mayores. Para terminar, ¿cómo resumiría el espíritu de Jubilare?
Las preguntas han sido numerosas y variadas. Me quedo con la impresión de que tanto ellas como probablemente las respuestas inciden en los problemas de la vejez. Me gustaría finalizar reiterando que el espíritu de la iniciativa Jubilare es no solo analizar esos problemas, sino incidir en las soluciones y en los muchos aspectos positivos que tiene cumplir años, para quien los cumple y para el resto de la gente. El espíritu de Jubilare se desprende de su nombre, quiere enviar un mensaje de posibilidades, de futuro y de esperanza.