Francisco Marín Castán
Presidente de la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo
Después del gran impacto que el escritor Sergio del Molino logró con su libro La España vacía (2016), recobró actualidad un problema recurrente en España: el de la despoblación de grandes extensiones de su territorio. Aunque también haya calado la expresión «La España vaciada» como alternativa, la realidad que se quiere describir no cambia demasiado, pues la historia nos enseña que grandes vacíos fueron sucedidos por importantes repoblaciones que, al cabo de periodos más o menos prolongados, fueron languideciendo en forma de una paulatina despoblación.
Sánchez-Albornoz dedicó una parte importante de su inmensa obra a estudiar la despoblación y repoblación del valle del Duero con ocasión de la invasión de la península ibérica por los musulmanes. Aunque en la actualidad se discute que la despoblación de la meseta superior fuera de tanta envergadura como sostiene Sánchez-Albornoz, él mismo se cuidó de advertir que no se despobló íntegramente, aunque sí hubo un vaciamiento intensivo hacia el norte al que siguió una «gigantesca empresa repobladora» cuyo resultado fue hacer «de las llanuras del Duero un islote de hombres libres en la Europa feudal», con «pequeños propietarios libres agrupados en pequeñas comunidades rurales también libres: unos acogidos voluntariamente al patrocinio o benefactoría de un señor al que podían abandonar a su albedrío, otros sin otro señor que el rey leonés o el conde castellano». Behetrías o benefactorías y fueros municipales fueron instrumentos jurídicos de la repoblación, singularmente estos últimos mediante el reconocimiento de derechos y libertades (todas las citas están tomadas de España un enigma histórico).
No deja de ser paradójico que una gran parte de la España entonces repoblada forme parte ahora de la España despoblada, pero como también nos enseña Sánchez-Albornoz, en pleno siglo VIII hubo una feroz sequía que dio lugar a que la gente del sur de España, territorio nada inhóspito, saliera por el río Barbate en busca de víveres hacia Tánger y el Rif, territorio este no precisamente fértil («Los años del Barbate: sequía y hambre», en Todavía, Otra vez de ayer y de hoy).
Saltando en el tiempo varios siglos, merece la pena detenerse en Las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena. Otro maestro de la Historia, Antonio Domínguez Ortiz (Carlos III y la Ilustración), nos relata el intento, finalmente no logrado, de remediar diversos males de una parte de Andalucía, entre ellos la escasez de poblaciones cercanas a la carretera real, que provocaba graves problemas de seguridad «manifestada en frecuentes asaltos a los viajeros, a veces con pérdida de documentos y caudales de la Real Hacienda». Esto, a su vez, era una «fuente de desprestigio» porque los viajeros, tanto españoles como extranjeros, daban cuenta de «los peligros de este viaje, los enormes vacíos humanos, la extensión de los eriales en la que pasaba por ser la región más rica de España». La solución, ideada por Olavide y acogida por Campomanes, quiso encontrarse en el excedente de población de Alemania, pero el conde bávaro que ofreció al gobierno español seis mil colonos alemanes, que se establecerían como labradores en tierras peninsulares o americanas, resultó ser «un aventurero sin escrúpulos» y, finalmente, de los 6000 alemanes prometidos apenas quedaron 2000. Así fracasó el Fuero de las Nuevas Poblaciones, lleno de buenos propósitos (pueblos de pequeño tamaño, creados sobre tierras baldías o realengas repartidas en lotes de 50 fanegas, gobernados por ayuntamientos electivos, sin mayorazgos ni ninguna otra forma de propiedad amortizada), aunque ciertamente quedaron algunos pueblos como Santa Elena o La Carolina y, más al sur, La Carlota o La Luisiana.
Otro salto más en el tiempo permite comprobar la recurrencia del problema. En 1930 el libro Despoblación y colonización, del profesor Severino Aznar, analiza en extenso la cuestión y propone soluciones, destacando el agua como «agente natural de parcelación», de desconcentración de la propiedad. De ahí que durante la segunda república se concibieran planes de comunicación entre cuencas y que durante la década de 1950 el conocido como «Plan Badajoz», un intento de desarrollar el «Plan Gasset» de principios de siglo, diera lugar al nacimiento de varios pueblos dependientes de la red de embalses de la cuenca del Guadiana.
En la literatura de la segunda mitad del siglo XX, Miguel Delibes es el ejemplo más representativo de escritor empeñado en dar la voz de alarma por la despoblación de Castilla y el envejecimiento de los habitantes de sus pueblos, una constante en su obra. En uno de sus libros, El disputado voto del señor Cayo (1978), expresa el contraste entre la visión irreal del mundo rural por parte de los urbanitas, en este caso unos candidatos que recorren los pueblos pidiendo el voto, y la visión realista pero desengañada del protagonista del libro, algo que también sale a relucir en la literatura de esta época, unas veces en tono humorístico (Los asquerosos, de Santiago Lorenzo, Un hípster en la España vacía, de Daniel Gascón), otras en un tono ciertamente inquietante (Un amor, de Sara Mesa).
Sea como fuere, lo cierto es que el problema subsiste en nuestros días, hasta el punto de que el movimiento Teruel existe concurrió como agrupación de electores a las elecciones generales de 2019 y consiguió representación parlamentaria en el Congreso y en el Senado.
La difícil tarea que hoy nos incumbe es hacer un diagnóstico certero y proponer soluciones realistas, sin creer que la despoblación es un problema exclusivo de España ni soñar con unos recursos económicos ilimitados. Como advierte Luis Antonio Sáez, exdirector de la cátedra de Despoblación y Creatividad de la Universidad de Zaragoza, hay que protegerse frente al victimismo y «huir de eslóganes», porque no hay tanto una España vacía ni vaciada como «una España interior plural y diversa».
Desde una perspectiva realista, habrá que convenir en la existencia de territorios difícilmente habitables por sus condiciones climáticas extremas y aplicar los fondos disponibles con criterios de eficiencia, pero al mismo tiempo sin olvidarse de la ética, que impone respetar los derechos de las personas mayores que quieren seguir viviendo en condiciones dignas allí donde tienen su arraigo.
Hoy en día es ilusorio refrenar la despoblación o animar a alguien a establecerse en la España despoblada si no se facilita cobertura de teléfono móvil y acceso a internet
No cabe evitar la despoblación ni procurar la repoblación sin comunicaciones por carretera mínimamente practicables, y hoy en día es ilusorio refrenar la despoblación o animar a alguien a establecerse en la España despoblada si no se facilita cobertura de teléfono móvil y acceso a internet, ya que, entre otros muchos inconvenientes, no sería posible el teletrabajo. Bienvenidas sean, pues, las iniciativas en marcha para mejorar notablemente la calidad de vida de los municipios rurales mediante la digitalización de las oficinas de correos para realizar trámites de lo más diverso y ayudar a las personas mayores a desenvolverse en un mundo cuya dependencia de la tecnología las desborda.
Habrá que esforzarse también por evitar una visión urbanita del mundo rural, cuyas condiciones de vida son difícilmente compatibles con un concepto idealizado de la naturaleza y los seres que la pueblan. Sin embargo, también será preciso inculcar en los vecinos la idea de que en la preservación de la flora y la fauna salvajes puede estar el futuro de su pueblo.
Desde una perspectiva más directamente relacionada con la publicidad registral, merece la pena recordar cómo la exposición de motivos de la Ley Hipotecaria de 1861 consideraba la seguridad de la propiedad como «la condición más esencial de todo sistema hipotecario», y tras hacerse cargo de que «España es una nación principalmente agricultora», advertía que la falta de capitales para la agricultura se debía, entre otras razones, a «la poca seguridad que inspira el estado actual de la propiedad rústica».
Pues bien, aunque hoy en día la actividad económica esté más diversificada, la seguridad de la propiedad seguirá siendo esencial para evitar una mayor despoblación y, al mismo tiempo, animar a las personas, a las familias, a trasladar su residencia a la España despoblada.
La reducida extensión de esta tribuna no permite contemplar otras muchas propuestas, y para cerrarla no se me ocurre nada mejor que hacer un llamamiento al tema del Congreso: humanismo, con todo lo que comporta de respeto a la dignidad de las personas, y tecnología.