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13/03/2024 23:12:18 PERSONAS MAYORES 23 minutos

Soledad no deseada y salud mental

La soledad es una experiencia personal en la que la persona tiene necesidad de interacción con otras pero percibe carencias en sus relaciones sociales, quizás por tener menos relaciones de las que le gustaría o no le ofrecen el apoyo emocional que desea o necesita, tema paradójico en la era hiperconectada en la que nos encontramos. Los sentimientos de soledad pueden aparecer a lo largo de la vida, estando solos o acompañados. La soledad es un problema grave al que se enfrentan muchas personas y conlleva un alto coste físico y mental. La soledad, la distancia social, la desconexión social y el aislamiento se relacionan con depresión y ansiedad, siendo los factores que más contribuyen a la mortalidad en las personas mayores y con un impacto medible en la salud. La relación con otras personas proporciona una sensación de conexión que es un fuerte amortiguador de los problemas de la vida cotidiana y los momentos de estrés y angustia. Por eso, ante la soledad es necesario aumentar la conexión real.  

Por Dra. Sacramento Pinazo-Hernandis, Universidad de Valencia

 

I. Introducción

La experiencia de la soledad está profundamente arraigada en el carácter social del ser humano para el que los vínculos con otras personas constituyen una necesidad básica y una parte esencial de su identidad (self como espejo, looking-glass self de Cooley) (Yanguas y Pinazo-Hernandis, 2024). Los seres humanos somos relacionales, es decir, nos hacemos, nos construimos mediante las relaciones que mantenemos con las demás personas de todas las edades.

La soledad es una experiencia en la que la persona tiene necesidad de interacción con otras pero percibe carencias en sus relaciones sociales, quizás por tener menos relaciones de las que le gustaría o porque dichas relaciones no le ofrecen el apoyo emocional que desea o necesita, tema paradójico en la era hiperconectada en la que nos encontramos.

La soledad es un sentimiento subjetivo; cada uno la vive de una manera. Se manifiesta soledad negativa o no elegida cuando se produce una discrepancia (cognitiva) entre las relaciones sociales deseadas y las que efectivamente se tienen. La soledad es un problema grave al que se enfrentan muchas personas y conlleva un alto coste físico y mental, pero un par de aclaraciones es necesario hacer aquí:

— La primera, que no es lo mismo sentirse solo que estar solo. Por un lado, hay muchas personas que viven en hogares unipersonales (4.889.000 según el INE) porque así lo desean o por las circunstancias temporales que están viviendo, pero no se sienten solas, y por otro, una persona puede estar acompañada (de su pareja, de otros) pero a la vez sentirse sola, sin la conexión que necesita, sin el apoyo que precisa.
— La segunda, que la soledad no afecta solo a las personas mayores. Cuando hablamos de soledad no deseada y aislamiento debemos recordar que son problemas que se pueden dar en cualquier momento de la vida. Un reciente estudio de la ONCE indica que 25,5% de los jóvenes se siente solo.

Definir la soledad es algo complejo. Tiene diferentes causas y se vive de muy distintos modos. Para algunos autores, es un sentimiento de aislamiento, que puede ser objetivo o subjetivo, emocional, social o existencial, que forma parte nuclear de la experiencia personal.

1. Soledad social, emocional y existencial

La soledad puede tener un fuerte componente relacional y ser también carencia o privación referida a sentimientos de vacío o abandono asociados a la ausencia de relaciones de intimidad.

La soledad puede ser fruto a la vez de una discrepancia cognitiva entre las relaciones que una persona tiene y las que esperaba tener, cuya aparición y/o mantenimiento dependen de la evaluación subjetiva de la propia persona sobre la calidad y la cantidad de sus relaciones sociales.

La soledad puede derivarse de causas objetivas (ausencia de relaciones, por ejemplo) o ser independiente de dichas causas objetivas (una persona puede no estar solo, pero sentirse solo) (Yanguas et al, 2018)

La literatura científica diferencia entre tres tipos de soledad:

— La soledadsubjetiva, autopercibida y emocional, no deseada, relacionada con sentirse solo.
— La soledad objetiva y social, hace referencia a la ausencia objetiva de relaciones y se relaciona con el aislamiento social (De Jong Gierveld et al., 2018; Donio-Bellegarde y Pinazo-Hernandis, 2018).
— La soledad existencial. Se relaciona con una sensación profunda de desconexión con el mundo (Van Tilburg et al, 2021).

2. Prevalencia

No tenemos datos exactos de la prevalencia de soledad en España. Según datos del EUROSTAT (2017), el 6 % de la población de la UE no tiene a nadie a quien pedir ayuda si la necesita, con datos que varían entre el 2% de países como la República Checa, Finlandia, Eslovaquia y Suecia; y el 13% de Italia y Luxemburgo. Un porcentaje similar de la población de la UE, el 6%, no tiene a nadie con quien tratar o discutir sus asuntos personales. Las cifras más bajas de soledad se dieron en Chipre, España, Eslovaquia, la República Checa y Hungría (2%). En el documento Quality of life in Europe (European Foundation for the Improvement of Living and Working Conditions, 2014) el porcentaje de personas que contestan que «nunca» se han sentido solas varía entre: el 35-45% de países como Italia, Polonia o Grecia; el 48-56% de países como España, Bélgica, Portugal, Francia; y países como Alemania, Finlandia, Austria, Holanda o Dinamarca cuyo porcentaje de personas que «nunca» se han sentido solas varía entre un 59-75%. En general, parece existir un patrón que más adelante se comprueba en otras investigaciones: la soledad es mayor en el sur de Europa que en el norte; mayor en el este que en el oeste de Europa; y mayor soledad en las sociedades más familistas que en las sociedades más individualistas (Yanguas et al, 2018).

3. Género y soledad

Algunos autores apuntan diferencias en soledad entre mujeres y hombres y otros, no. Para algunos investigadores la soledad afecta en mayor medida a las mujeres por su mayor longevidad (Kotwal et al, 2021) si bien investigaciones realizadas con jóvenes, como la de la ONCE, también han encontrado estas diferencias de mayor soledad en mujeres.

Otros autores refutan esta idea señalando que, a pesar de que la soledad se haya vinculado más a las mujeres mayores, son los hombres los más afectados (aunque quizás lo expresan menos) pues las mujeres desarrollan más estrategias de afrontamiento y le dan un significado más positivo a los acontecimientos vitales (Lozano y Gallardo, 2022).

Con respecto al estado civil, en general, la investigación indica que las personas solteras se sienten más solas que las casadas y no tener hijos parece no tener un efecto directo sobre la soledad en personas mayores, aunque vivir solo se relaciona con una menor red social que es un indicador de soledad, tanto en los hombres como en las mujeres.

4. Apoyo social y soledad

En el estudio realizado por Donio-Bellegarde y Pinazo-Hernandis en Valencia (2017), con 267 mujeres mayores que vivían solas, la mayor parte de las entrevistadas (el 57,3%) informó de soledad moderada. Los niveles más intensos de soledad afectaban al 5,6% (soledad grave) y el 3,4% (soledad muy grave). Además de evaluar la soledad también se midió el apoyo social recibido de los familiares y de los amigos. Los resultados subrayan que las mujeres no solas, mostraron medias más altas de apoyo familiar. También se apreciaron diferencias estadísticamente significativas en apoyo familiar entre las mujeres que sufrían soledad moderada y los grupos de mujeres con soledad grave y muy grave, siendo estas diferencias a favor de las mujeres que tenían soledad moderada, que mostraron medias más altas de apoyo familiar. Con respecto al apoyo social recibido de los amigos, se encontraron diferencias estadísticamente significativas en el apoyo de amigos solo entre las mujeres que no se sentían solas y todos los demás grupos de mujeres que sufrían algún grado de soledad (desde moderada hasta muy grave), siendo estas diferencias a favor de las mujeres no solas, quienes mostraron medidas más elevadas de apoyo de los amigos (Pinazo-Hernandis et al, 2023).

Y es que la amistad es un claro factor protector de la soledad. «Los estudios de neurociencia han demostrado que los neurotransmisores desempeñan un papel crucial en la regulación de nuestras emociones, y la motivación. Cuando estamos expuestos a estímulos gratificantes, se activa el sistema de recompensa en el cerebro, se libera dopamina y se genera una sensación de placer y satisfacción. Un estudio de Lin et al. (2020) encontró que la frecuencia de uso de las redes sociales se correlacionaba positivamente con los niveles de dopamina en el cerebro. Los participantes del estudio que informaron un mayor uso de las redes sociales mostraron una mayor activación de las regiones cerebrales asociadas con la recompensa y la motivación. Es decir, hay una regulación neuroquímica de la amistad, o lo que es lo mismo, hacer amigos genera muchas recompensas, no solo sociales sino tambien en producción de neurotransmisores. Tener amigos desarrolla mejores conexiones cerebrales.» (Pinazo-Hernandis, 2023).

Las buenas relaciones nos hacen más felices y saludables, pues la presencia de amigos reduce la respuesta de estrés del eje hipotálamo-hipofisario, que es el encargado de liberar cortisol. Y además de proteger el cuerpo, protegen el cerebro, porque somos seres sociales y necesitamos afecto, y sentido o propósito en nuestras vidas. Con buenos amigos el cerebro se mantiene en forma y activa los diferentes circuitos del placer. Las buenas amistades generan salud, activando los neurotransmisores del cerebro (dopamina, endorfinas, oxitocina, serotonina). Los amigos también ayudan a prevenir problemas de salud mental como ansiedad, depresión…

5. Soledad y edad

La soledad parece ser mayor al final de la adolescencia y en la vejez que en otros momentos del ciclo vital, aunque no hay suficientes estudios comparados ni longitudinales. Schnepf et al (2023) evaluaron la soledad en la adolescencia con datos del Informe PISA (2018), con 118.698 estudiantes de 23 países europeos en 4.819 escuelas distintas y encontraron un 13% de adolescentes (15 años) que se sentían solos y que un factor que marcaba la diferencia en puntuaciones de soledad era el bullying o discriminación en las aulas (en doble de casos) y mostrando que un clima de cooperación y apoyo del profesorado podía reducir la soledad en los estudiantes.

Se ha encontrado relación entre edad y soledad, cuando aparece la discriminación por edad o edadismo. Diversos estudios científicos han demostrado la relación entre discriminación por edad y su impacto negativo en la salud, el bienestar de las personas mayores en general, y, en particular, en la soledad, como los estudios de Ribeiro-Goçalvez et al. (2023) y Shiovitz-Ezra et al. (2023) quienes examinaron la relación entre el edadismo y la soledad en adultos mayores, revelando que las personas que experimentaban más edadismo y discriminación por edad también presentaban mayores niveles de soledad e incluso problemas de salud mental.

6. Multidimensionalidad de la soledad

La soledad depende de diversas variables, algunas propias de la persona y otras externas:

a. Factores intrapersonales: personalidad y estilos cognitivos (expectativas, evaluación de la situación o afrontamiento).
b. Factores extrapersonales: como el «engagement interpersonal»; los eventos vitales sobre todo aqeuellos relacionados con la salud o sociales (jubilación, viudedad, pérdidas); factores socioeconómicos; el ambiente social en el que la personas viven (vivienda, barreras arquitectónicas, equipamientos, recursos); estilos de vida (uso del tiempo libre, aficiones,…); factores culturales (nivel educativo, interés por el aprendizaje a lo largo de la vida…), estereotipos sociales (edadismo), etc.

Lo que está claro es que la soledad incluye aspectos emocionales como tristeza, melancolía, frustración, vergüenza o desesperación (Pinazo-Hernandis y Donio Bellegarde, 2018), habitualmente ligados con la presencia de un déficit, carencia o pérdida..

En una investigación en la que entrevistamos a 96 personas que vivían en el medio rural (Campoo Los Valles, Cantabria) (media edad: 75,3 años), pedimos que definiesen qué significaba la soledad para ellos. Del análisis textual surgieron 36 categorías. Las personas entrevistadas vincularon la soledad con tristeza, fracaso, vacío, dolor, abandono, siendo la tristeza la categoría que más citas tuvo, con el 53% de las definiciones. Cuando las personas vinculan soledad con tristeza se refieren al sentimiento de pena, carencias, y pérdidas: «Estar solo y triste», «Falta de una compañía agradable que te pueda ayudar y dar cariño», «Es estar muy triste, muy sola a todas horas», «Es no tener a nadie cerca», «No tener con quien hablar», «Echar de menos a alguien», «Que no tienes una persona con quien hablar y estar» (Pinazo-Hernandis et al, 2023).

II. La soledad y su impacto en la salud

La soledad se asocia a pérdidas que pueden generar vacío y emociones negativas (dolor emocional, tristeza), produciendo desconexión social. Y además, podemos hablar de un círculo de la soledad que se retroalimenta: la soledad genera desconexión y aislamiento social, y a su vez, la desconexión lleva a la soledad, y esa desconexión social produce daño en nuestra identidad y nos resta fuerzas para iniciar nuevas relaciones o fortalecer las que tenemos. Algunos autores han asociado los problemas de salud mental con la aparición de soledad; por ejemplo, la depresión es uno de los predictores del desarrollo de sentimientos de soledad.

La soledad, la distancia social, la desconexión social y el aislamiento se relacionan con depresión y ansiedad. La soledad es uno de los factores que más contribuyen a la mortalidad en las personas mayores y tiene un impacto medible en la salud (Yanguas, Pinazo-Hernandis, Tarazona-Santabalbina, 2018).

Es un problema prevalente y global, y diversos estudios la han relacionado con múltiples afecciones crónicas como las enfermedades cardiacas, pulmonares, cardiovasculares, o metabólicas. Aumenta los problemas de salud, disminuye la capacidad funcional se relaciona con la morbilidad y aumenta la mortalidad prematura.

Los condicionantes de salud pueden dividirse en intrínsecos (que engloba las condiciones médicas, genéticas, la presencia de fragilidad) y extrínsecos (que engloba al entorno físico y social) que a su vez interactúan entre ellos. Algunos de estos condicionantes son determinantes sociales como el nivel socio-económico (nivel educativo, ocupación, ingresos, vulnerabilidad social), las relaciones sociales y el apoyo de familiares y amigos. Estos factores pueden vincularse con un incremento en el riesgo de mortalidad. Y al contrario, las actividades sociales en la comunidad, la capacidad de control sobre las circunstancias de nuestra vida y el contexto en el que se produce nuestra relación con el vecindario, comunidad y sociedad se relacionan con buenos resultados de salud.

Podemos hablar de vulnerabilidad social como la suma de déficits en las relaciones y apoyo social que se puede medir y cuantificar. La vulnerabilidad social se ha asociado con una mayor prevalencia de fragilidad y niveles más altos de mortalidad hospitalaria (Wallace et al, 2015).

La fragilidad social correlaciona con la fragilidad biológica y se caracteriza por un funcionamiento social más deficiente en forma de red social más pequeña y niveles más altos de soledad, lo que a su vez genera una menor satisfacción vital. La soledad puede contribuir a alteraciones funcionales celulares, aumento de la resistencia vascular e incremento en la incidencia de enfermedades como la depresión, deterioro cognitivo y progresión de la enfermedad de Alzheimer, obesidad, accidente cerebrovascular (ictus) y la hipertensión arterial mediados muchos de ellos por la alteración de la resistencia vascular, el incremento de la actividad simpatico-adrenérgica estimulada por un aumento de la actividad del eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal (HPA), cambios inmunitarios e incremento de la actividad inflamatoria (que a su vez está mediada por la acción de los glucocorticoides y factores proinflamatorios que incrementan la actividad leucocitaria y linfocitaria). Este incremento del estado de vulnerabilidad vinculado a la actividad inflamatoria, la alteración del sistema inmune y los cambios en el sistema neuromuscular está, a su vez, influido por los elementos sociales (nivel socioeconómico, nivel educativo, abuso o maltrato, pareja, redes sociales o vecindario) que han sido menos estudiados que los factores biológicos o clínicos. Como una pescadilla que se muerde la cola, unos factores se relacionan con los otros, que a la vez, potencian los primeros, creando un círculo vicioso con graves repercusiones.

Hay tres vías generales por las cuales los vínculos sociales influyen en el estado de salud: las características conductuales, psicosociales y fisiológicas, y algunos mecanismos psicosociales como el apoyo social o la capacidad de autocontrol influyen en los procesos fisiológicos modulando la inmunidad, el metabolismo, la capacidad inflamatoria y, como consecuencia, interfieren en la función cardiovascular. El eje HPA es sensible a la interpretación que el cerebro hace e las amenazas y factores estresantes, e influye en una amplia gama de resultados fisiológicos, conductuales y de salud.

El aislamiento social percibido se relaciona con un incremento de la actividad HPA y con el aumento de los niveles circulantes de catecolaminas, aumento del cortisol y resistencia vascular, variables que están mediadas por la disminución a la sensibilidad del receptor de glucocorticoides.

El aislamiento social ha sido reconocido como un importante factor de riesgo de morbilidad y mortalidad y se relaciona con mecanismos de estrés neuroendocrino que sugieren que el aislamiento social crónico aumenta la activación del eje HPA y que estos efectos dependen de la interrupción de un vínculo social debido a que la percepción de aislamiento social activa una mayor sensación de amenaza e incrementa los síntomas de ansiedad, la hostilidad, la fragmentación del sueño y la fatiga, la resistencia vascular y alteraciones genéticas. La disminución del control de impulso aumenta la negatividad y la sintomatología depresiva, y un mayor deterioro cognitivo relacionado con la edad y riesgo de demencia (Yanguas et al, 2018).

III. Conclusiones y propuestas para el cambio

Sabiendo la complejidad de la soledad no debemos banalizar sobre ella y quedarnos en acciones o intervenciones simplistas. Algunas personas necesitan compañía, otras necesitan afecto, y otras precisan encontrar significado a sus vidas. Pero muchas otras se ven afectadas por problemas de salud o estructurales (discapacidad, pobreza, barreras arquitectónicas, edadismo) para las cuales hace falta unas buenas políticas sociales. Necesitamos conocer qué es la soledad y cómo la viven diferentes personas a lo largo del ciclo vital, poder hablar de ella para prevenirla y atenderla adecuadamente, y, a la vez, necesitamos tener comunidades cuidadoras que integren a las personas, que puedan sentir que forman parte, que pertenecen. La relación con otras personas proporciona una sensación de conexión que es un fuerte amortiguador de los problemas de la vida cotidiana y los momentos de estrés y angustia.

En la atención a las situaciones de soledad es necesario apostar por la proximidad, sobre todo en grandes ciudades y entornos urbanos; y ahí el sentido de comunidad y la vecindad juegan un papel crucial. La vecindad, en sentido amplio, implica interacción social, vínculo y apego de las personas a otras personas que viven a su alrededor y también vínculo con el lugar en el que viven. La vecindad tiene un componente social —relacionado con el apoyo social—, cognitivo —referido al significado simbólico atribuido al barrio/vecindario— y afectivo —que incluye sentido de comunidad, apego al lugar y sentimientos de ayuda mutua—.

McMillan y Chavis (1986) argumentaron que el sentido de comunidad es «un sentimiento que los miembros tienen de pertenencia, un sentimiento de que los miembros importan, los unos a los otros e importan al grupo, y una esperanza compartida de que las necesidades de los miembros se satisfarán a través de su vínculo y compromiso de estar juntos» (p.9). Ya en 1947 Tonnies hizo una distinción entre dos formas de organización social, señalando que la segunda conlleva más beneficios:

— La asociativa, de raíz racional e interesada en subrayar que la vinculación con otros es solo un medio para conseguir determinados fines.
— La comunitaria, basada en el afecto y la experiencia compartida y ligada a una voluntad natural de estar con esos otros.

Por su parte, Sarason (1974) definió el sentido de comunidad como «la sensación de que uno es parte de una red de relaciones de apoyo mutuo y fácilmente disponible en la que se puede confiar y como resultado de la cual no se experimentan sentimientos sostenidos de soledad» (p. 1).

Vivimos en sociedades multigeneracionales. Las personas de distintas generaciones somos seres interdependientes en el espacio socio-comunitario y en la temporalidad de nuestras vidas, y por eso necesitamos de los otros, participar, sentirnos necesitados, sentir que uno es parte significativa de la comunidad. Reciprocidad y mutualidad son dos componentes claves del sentimiento de comunidad, que es un sentimiento de pertenencia a una estructura mayor estable y fiable (la comunidad, el barrio, la vecindad, la familia) e interdependencia mutua y voluntaria en donde uno se percibe similar (y próximo) a otros. Son indicadores del sentido de comunidad el número de personas que componen la comunidad (familiar, vecinal o laboral) de cada uno, el sentimiento de ser parte de esa comunidad, la disponibilidad (afectiva y geográfica) de esa comunidad, y la disposición a incluir a los otros, y dejarles ser parte de uno mismo. En una sociedad «liquida» como dice Baumann (2002) una sociedad en la que la incertidumbre por la vertiginosa rapidez de los cambios ha debilitado los vínculos humanos, tornándolos frágiles y poco duraderos, necesitamos volver a recuperar las relaciones de proximidad.

Actualmente la infancia y juventud se socializa a través de la conexión digital en ese mundo virtual donde lo falso a menudo tiene poco que ver con la realidad. Como dice Byung-Chul Han en El enjambre, la comunicación digital es tan rápida, eficaz y atractiva que cada vez evitamos más el contacto con las personas reales y con lo real en general, alejándonos cada vez más del «otro». Volviendo a Baumann, nos encontramos en «una suerte de individualismo extraviado en la nebulosa de las comunidades digitales» sintiéndonos muy solos a pesar de tener más «amigos» que nunca. En esta sociedad hiperconectada necesitamos disminuir los momentos de conexión on line y aumentar los momentos de presencia para crear comunidad. Y es que la interacción virtual no puede reemplazar la intimidad y el apoyo emocional que se obtiene de las relaciones personales cercanas. En una sociedad con un uso excesivo de redes sociales, estas redes pueden crear un «sentido engañoso de comunidad». Para Turkle (2011) en un mundo cada vez más hiperconectado, marcado por las redes sociales y sus mundos paralelos por la omnipresencia de lo digital, la soledad parece alzarse como un «fantasma invisible que acecha» a muchas personas en la sociedad contemporánea.

Como seres sociales necesitamos interacciones humanas reales, interdependencia, comunicación afectiva, apego, apoyo, compartir nuestras experiencias, emociones y pensamientos con otros (Perez, 2023; Pinazo-Hernandis, 2021; Yanguas y Pinazo-Hernandis, 2024).

IV. Referencias

Baumann, Z (2002). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.

Byung-Chul, H. (2014). En el enjambre. Herder

De Jong Gierveld, J., Tilburg, T.G., Dykstra, P.A. (2018). New ways of theorizing and conducting research in the field of loneliness and social isolation. In A.L. Vangelisti & D. Perlman (Eds.), The Cambridge Handbook of Personal Relationships (pp. 391-404). Cambridge University Press. https://doi.org/10.1017/9781316417867.031

European Foundation for the Improvement of Living and Working Conditions. (2014).Third European quality of life survey. Quality of life in Europe: Trends 2003-2012. Publications Office of the European Union.

Kotwal, A. A., Fuller, S. M., Myers, J. J., Hill, D., Tha, S., Smith, A. K., Perissinotto, C. M. (2021). A peer intervention reduces loneliness and improves social well-being in low income older adults: A mixed-methods study. Journal of the American Geriatrics Society, 69(12), 3365-3376. https://doi.org/10.1111/jgs.17450

Lozano, A., Gallardo, L.P. (2022). Soledad y bienestar emocional en mujeres mayores. Diversas experiencias durante el confinamiento en Bilbao. Alternativas. Cuadernos de Trabajo Social, 29(2), 208-235. https://doi.org/10.14198/ALTERN.20221

McMillan, D., Chavis, D. (1986). Sense of community: A definition and theory. Journal of Community Psychology, 14(1), 6-23. https://doi.org/10.1002/1520-6629.

Pérez, M (2023). El individuo flotante. Deusto.

Pinazo-Hernandis, S. (2021). La soledad de las personas mayores. (pp. 461-545). En VV.AA, Informe 2018. Las personas mayores en España. IMSERSO.

Pinazo-Hernandis, S. (2023). La amistad intergeneracional: una «terapia» no farmacológica que estimula la producción de neurotransmisores. Geriatricarea, octubre, 2023. https://www.geriatricarea.com/2023/10/18/la-amistad-intergeneracional-una-terapia-no-farmacologica-que-estimula-la-produccion-de-neurotransmisores/

Pinazo-Hernandis, S., Donio-Bellegarde, M. (2018). La soledad de las personas mayores. Fundación Pilares.

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Sarason, S. (1974). The psychological sense of community: Prospects for a Community Psychology. Jossey-Bass.

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Tonnies, F. (1947). Comunidad y sociedad. Avellaneda.

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Yanguas, J, Cilveti, A., Hernandez, S.,Pinazo-Hernandis, S., Roig, S, Segura, C. (2018) El reto de la soledad en la vejez. Zerbitzuan, 66, 61-75. https://doi.org/10.5569/1134-7147.66.05

Yanguas, J, Pinazo-Hernandis, S. (2024). Una mirada compleja a la soledad. En: J. Garcia, C. Fernández-Carro, A. Domínguez-Rodríguez, D. Cámara, R. Grande (ed), Soledades no deseadas y desigualdad social. CIS

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JORNADA JUBILARE

Organizado por el Colegio de Registradores en su iniciativa Jubilare, el próximo 20 de marzo a las 17,00 h. tendrá lugar en la sede de la Fundación ONCE (C. Sebastián Herrera, 15, Madrid), un nuevo seminario que también podrá seguirse por TEAMS.

"Soledad no deseada y salud mental"

Programa de la jornada e inscripciones en este enlace. Para asistir presencialmente es necesario confirmar asistencia en: Telf.: 912 721 858 o secretariasdireccion@corpme.es

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